Papel de Arbol

domingo, 18 de diciembre de 2016

Los Ojos de Tía Clotilde

http://www.elmercuriodigital.net/2016/12/la-vida-en-las-aldeas-doradas.html Grupo periodístico de Madrid/América Latina.
Documental de Cecilia  Hidalgo Alegre: La  Familia Alegre

Lienzo de July Balarezo-Taller Mestres Lima/Barcelona

Jorge Zavaleta Alegre

Clotilde Alegre, en esta segunda década del siglo XXI, vive en la leyenda de  centenas de nietos  y bisnietos  cuyos padres conocieron la magia de sus  historias, de sus imaginarios viajes. Residía en calle La Amargura, rodeada de buganvilias y  madre selvas, con habitaciones perfumadas de membrillo.

Ella siempre hacía referencia a  su único viaje  real que emprendió de Huaylas a Caraz, ramillete de  pueblos formados  al pie de  la Cordillera Blanca, ahora  convirtiéndose en  negras  montañas por el calentamiento global.

Contaba ella, que  había cabalgado  cerca de veinte horas entre ida y vuelta en el brioso caballo, que  su hermano mayor, Víctor Alegre Sarmiento, había criado  y  entrenado con destreza, arte que fue trasmitido a sus hijos y generaciones siguientes, algunos de los cuales asesoran criaderos especializados en la frontera de España y Portugal.

Tía Clotilde, a cada uno de sus huéspedes recordaba su viaje como si fuera a ciudades de otros continentes, con una  narrativa que  cautivaba a los familiares, en especial a los niños.

Nadie podría olvidarla. Su sobrino Enrique, fue quien quiso demostrar  el mayor de sus afectos. Trabajando en el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia-Unicef,  había conocido muchos pueblos,  hogares,  escuelas,  centros sanitarios y comunidades. Y en esa vida itinerante permanecían en su memoria los  relatos de tía Clotilde.

Una madrugada partió rumbo a Huaylas. Su  visita tenía un solo objetivo, trasladar a Tía  Clotilde Alegre Sarmiento, a la Capital, pasando por  Huaraz, la Laguna de Conococha, Pativilca, Huacho, Ancón y Lima, donde sería tratada por especialistas de las molestias en la visión.

Enrique llegó  muy de mañana a la calle Amargura y al no encontrarla  se dirigió  a la cercana  panadería de la Tía  Corina, en la cual el vecindario horneaba viandas para las  festividades de Navidad, Año Nuevo y de Julio.

El  encuentro entre Enrique y Tía Clotilde,  como siempre,  fue  de alegría. –“Tía Cloti vengo a llevarla a la capital para que conozca y sobre todo para que  examinen la vista y no sufra de molestias”.  La Tía Clotilde recibió  con infinita satisfacción. Enrique abrió la puerta del  “jeep” y la ayudó para que ocupara el asiento, al costado suyo.

La siguiente escena: Enrique abrió la puerta del  vehículo, tomó el  timón  y dio la vuelta la llave a la derecha, y el motor comenzó a rugir para trasladarse a la calle La Amargura y recoger  los atuendos necesarios. Pero ocurrió algo insólito.

Cuando el vehículo comenzó a avanzar, se produjo  una reacción inesperada, jamás nadie de la familia podía imaginar  que aquella tía que soñaba recorrer el mundo junto con sus sobrinos y niños pudiera exaltarse tanto.   

-“Tú me quieres matar, yo me bajo del carro. Y nunca más me hagas bromas o invitaciones de viaje”.
 Con estas  palabras  desistió  dejar Huaylas. Ella jamás en su vida había subido  a un vehículo motorizado. Y se bajó para siempre.

Esa carretera, de trocha angosta y curvas cerradas no ha sido mejorada en décadas. Vías como la de  Huaylas y de otros lugares de Los Andes, siguen siendo  intransitables, peligrosas. “El Estado no puede invertir donde la producción no es rentable para el comercio”, argumento que siglos tras siglos sigue siendo una desafortunada premisa contra la humanidad.

Tía  Clotilde se quedó para  siempre en su pueblo de origen. Siguió siendo la narradora de cuentos. Murió en su ley, esperando que la divina naturaleza  y los baños de pétalos  de rosa pudieran detener la pérdida paulatina e irreversible  de la visión.

Huaylas en el Siglo XXI es una cuna de centenas  de profesionales en diversas ramas. Pero ninguno de ellos retorna para quedarse.  El  Estado solo  gobierna para la  Costa.  La Democracia  es costeña. Los pueblos de Los Andes han perdido sus mejores hijos.

Dicen los huaylinos  que suelen retornar  para las fiestas de julio o diciembre,  que las  gestiones a  los ministerios e instituciones públicas no  han encontrado eco favorable. Las cosechas no son rentables para el mercado.  Sin embargo, de manera silenciosa salen decenas y centenas de toneladas de quinua, arracachas,  guayabas y  sobre todo el maíz  terciopelo “de sabor dulce”  que  los acopiadores se niegan a pagar  el precio  justo.  

Tía  Clotilde  se murió ciega, sin ver  el crecimiento de los maizales  y la exportación de las cosechas a ultramar. Ahora, los jóvenes atraídos por el glamour de las comunicaciones satelitales,  prefieren ignorar la cruda realidad.  No quieren entenderla, no hay peor ciego que aquel que no quiere ver.

Enrique, recogiendo lo mejor de su larga experiencia en UNICEF, tiene una familia rodeada de hijos, nietos y bisnietos que han estudiado medicina o que proyectan estudiar. Ellos son conscientes que la Salud junto con la  Educación son las claves para construir pueblos de verdad, donde la vida diaria tenga horizonte, sentido  humano. Tía Clotilde fue perdiendo la visión porque frecuentaba las aguas, aparentemente cristalinas de un manantial  cercano, pero que los análisis indicaron que esas aguas provenían de los relaves de un mina de carbón. Y el carbón cubrió de negro la Vida.


La esperanza está en manos de las nuevas generaciones, de  un  Estado moderno, eficiente, honrado. Marco, el  hijo mayor de Enrique, especialista en planificación de programas de salud, convocó una vez más,  en su casa, junto con su esposa Rosa. Más de cien personas. Hubo, por cierto ausentes.  El documental, dedicado a  Amelia Alegre (Huaylas 1916-Noviembre 2016), ratifica  que el futuro no es obra de muchos, sino de los que saben soñar. Felicitaciones a Cecilia Hidalgo Alegre, directora y productora del  Documental: 

REFERENCIAS
Documental  de Cecilia Hidalgo Alegre

El internacionalista Fidel Castro, por Ernesto Carmona

Por Ernesto Carmona*

 Fidel Castro ingresó a la Historia como uno de los grandes personajes latinoamericanos de todos los tiempos. Condujo una revolución que logró consolidarse en las narices del imperio y desde el gobierno de Cuba desafió a EEUU apoyando los esfuerzos revolucionarios latinoamericanos. Puso en jaque a los poderes coloniales y neo-coloniales europeos y estadounidenses al dirigir, desde La Habana, las exitosas expediciones internacionalistas cubanas contra la invasión del sur de Angola por los racistas del apartheid de Sudáfrica y, por el norte, de las tropas de Zaire (ex Congo belga) enviadas a desmembrar esa nación por Mobutu Sese Seko, el títere africano de Europa y EEUU que asesinó a Patricio Lumumba. Sangre cubana hizo posible la extinción del régimen segregacionista de Sudáfrica y apoyó las luchas por la independencia de Angola, Argelia, Cabo Verde-Guinea Bissau, Namibia, Zimbabwe (ex Rodhesia) y otras naciones africanas que seguían sometidas al colonialismo europeo y al neocolonialismo, como Etiopía.
 Fidel adquirió una estatura política mundial equiparable a la del Che Guevara y Simón Bolívar. Sus hechos políticos y militares quedaron registrados en sus escritos y discursos, entrevistas, libros de memorias e incluso biografías de sus detractores. Su pensamiento y acción mantienen plena vigencia en el siglo 21 y cualquier opinión suya merece titulares de la prensa mundial desde hace más de 50 años. Su liderazgo sobrevivió la agresividad constante de 11 presidentes de EEUU, desde D. Eisenhower a B. Obama, y supo evadir más de 600 intentos y conspiraciones de asesinato. ¿Cómo se mantuvo al frente de la jefatura del estado de Cuba prácticamente medio siglo? La vigencia del pensamiento político de Fidel Castro sólo tiene el precedente de los grandes líderes continentales de la lucha anticolonial del siglo 19, por ejemplo Bolívar, San Martín, Toussaint Louverture, entre otros.
 La vida pública del líder cubano ha sido un libro abierto desde que inició sus actividades políticas en la Universidad de La Habana y comenzó a aparecer en la prensa cubana de fines de la década de los años 40 del siglo 20. Sin embargo, los vacíos de información suelen llenarse con mitos y mentiras, que de tanto repetirse terminan por considerarse “verdades”. Incluso, ciertos autores distorsionan su origen familiar presentándolo como supuesto “hijo bastardo de un latifundista analfabeto”1, o especulan sobre su vida privada personal, sus mujeres e incluso sus hijos, tejiendo una telaraña de pretendido misterio.
 La vida de Fidel es la historia de la Revolución Cubana, que ha motivado libros y películas, pero aún así muchos aspectos relevantes quedan en la penumbra, la ignorancia o el relleno de la mentira. Las generaciones jóvenes y quienes no conocieron de cerca los hechos históricos que Fidel comenzó a protagonizar en América Latina desde fines de los ‘40 tienen generalmente la visión distorsionada de su historia personal y política, aquella imagen construida por la propaganda estadounidense. Ocultar la verdad o distorsionarla es tarea permanente de los mega consorcios periodísticos y la “industria cultural” estadounidense que penetra a todo el planeta con los bestsellers de una seudo literatura dirigida, el cine tipo Hollywood y la producción de películas de TV-basura de las grandes cadenas corporativas. Esta crónica apenas pretende rasguñar el muro de la desinformación.
 El origen
 Fidel Alejandro Castro Ruz fue el tercer vástago de una familia rural de clase media-alta acomodada, fundada en “segundas nupcias” por el emigrante español Ángel María Bautista Castro Argiz. Nacido en el día de San Hipólito y San Casiano, el 13 de agosto de 1926, en Birán, Provincia de Oriente –hoy llamada Granma–, Fidel comenzó a adquirir notoriedad política como dirigente estudiantil cuando cursaba la carrera de derecho en la Universidad de La Habana, donde ingresó en septiembre de 1945.
 Pero su mayor proyección internacional como dirigente político de nuevo estilo en América Latina provino de su primer esfuerzo por iniciar una guerra popular contra la dictadura de Fulgencio Batista a partir de la captura del Cuartel Moncada, la segunda fortaleza del ejército del dictador, y otras edificaciones emblemáticas del oriente cubano. A pesar del fracaso de su primer intento, la guerra contra la tiranía de Batista comenzó igual, sólo que un poco más tarde… y culminó con éxito. No sólo se destruyó una dictadura, sino que se creó una nueva sociedad a 150 km del imperio estadounidense.
 En la madrugada del 26 de julio de 1953, un grupo de 165 jóvenes comandados por Fidel Castro atacó simultáneamente varios objetivos militares y símbolos del poder en las cercanías de Santiago, en el oriente cubano. El grueso de los combatientes, reclutados personalmente por Fidel, se concentró en asaltar el Cuartel Moncada, sede del regimiento Antonio Maceo. Otras unidades se encargaron del Hospital Civil y del Palacio de Justicia de esa ciudad, mientras otro grupo atacó sincronizadamente el cuartel militar Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, ciudad oriental de tamaño mediano, ubicada cerca de la Sierra Maestra. Para estas acciones militares Fidel reclutó y adiestró a un pequeño ejército de hasta 1.200 jóvenes cubanos2.
 Si el liderazgo del grupo que asaltó la fortaleza del ejército le dio a Fidel Castro una importante proyección internacional, un impacto mucho mayor provocó su posterior autodefensa –“La Historia me absolverá”– pronunciada el 16 de octubre de 1953, durante el juicio contra los jóvenes rebeldes. Su exposición fue un ensayo incisivo sobre la historia y la realidad presente de Cuba y América Latina, desarrollado de memoria ante los jueces, en incomunicación absoluta y sin libros de historia ni textos jurídicos para consultar. La profundidad de esta alocución lo consagró como un estadista, forjador y conductor de revoluciones.
 Reconstruida después en prisión por su propio autor, esta notable y documentada pieza oratoria se difundió rápidamente como un programa de gobierno que se convirtió en un clásico del pensamiento político y un dramático reclamo de libertad comparable al “Reportaje al pie del patíbulo” del periodista checo Julius Fucik, asesinado por los nazis en Berlín, el 8 de septiembre de 1943, o la autodefensa de Jorge Dimitrov cuando fue acusado del incendio del Reichstag perpetrado por el nazismo alemán.
 Tras su auto defensa, Fidel siguió haciendo noticia. Bajo la presión de la fama internacional y la solidaridad mundial concitada por el preso político, la dictadura de Batista tuvo que liberarlo de la prisión de Isla de Pinos, el 15 de marzo de 1955, y dejarlo partir al exilio en México. A fines del año siguiente, exactamente el 2 de diciembre de 1956, Fidel reapareció en Cuba al mando de 82 combatientes que navegaron desde México, a bordo del pequeño yate Granma, para dar inicio a la campaña militar que pasaría a la Historia como la guerrilla de la Sierra Maestra. A bordo también llegó a la isla un argentino entonces desconocido, Ernesto Guevara de la Serna, “el Che”. La guerra contra la tiranía desatada por Fidel y sus hombres logró el apoyo del pueblo y, finalmente, la lucha armada erradicó al dictador Fulgencio Batista, quien huyó del país durante la noche de año nuevo del 1º de enero de 1959, dos años y un mes después del desembarco del Granma.
 El padre
 Cuando llegó a Cuba a cumplir con su servicio militar en el ejército colonial, el joven soldado español Ángel María Bautista Castro Argiz jamás se imaginó que allí engendraría doce hijos y que uno de los nueve que sobrevivieron hasta la edad adulta sería jefe del Estado durante casi medio siglo. El progenitor arribó como recluta hacia 1895, con un poco más de 20 años. Cuba todavía era colonia española y justo comenzaba su segunda guerra por la independencia.
 El joven gallego alcanzó a vivir los últimos estertores del imperio colonial hispano en tierras americanas. Durante un par de años sirvió en la fuerza militar colonial en suelo cubano, pero el ingreso de EEUU a la guerra definió rápidamente la suerte de España y Puerto Rico en América y Filipinas en Asia. El futuro padre de Fidel Castro retornó a su país en agosto de 1898, al igual que miles de soldados de la corona española repatriados tras la derrota. La superioridad bélica del naciente imperio estadounidense se impuso rápidamente sobre el gastado colonialismo hispano. Pero el ex conscripto gallego regreso a la isla al año siguiente, exactamente el 4 de diciembre de 1899, día de su cumpleaños número 24. Esta vez no llegó para hacer la guerra sino a construirse un destino. Este regreso fue clave para lo que ocurriría exactamente 60 años después, el triunfo de la Revolución conducida por el hijo del inmigrante. Por angas o por mangas hechos simples de la vida humana traen consigo grandes sorpresas y parabienes. Cumplida con creces la tarea, el hombre de Birán regresa ahora al terruño oriental.
Fidel con el autor, 2 junio 2005, Evento contra el Terrorismo, Palacio de las Convenciones, La Habana.
Foto de Carmen Hertz, reproducción de Juan Araya.
Notas:
1) Elizabeth Burgos, en El Nacional de Caracas. Para más detalles ver http://www.el-nacional.com/entrevistas/opinion/xburgos.asp.
2) Ignacio Ramonet: Fidel Castro, Biografía a dos Voces, Editorial Debate, Argentina 2006, pág. 120. 
*) Ernesto Carmona, periodista y escritor chileno