Papel de Arbol

viernes, 18 de noviembre de 2011

PAPELDEARBOL: PROSPECTIVA Y PLANEACIÓN EN AMERICA LATINA

PAPELDEARBOL: PROSPECTIVA Y PLANEACIÓN EN AMERICA LATINA: Ing. Salomón Lerner, Premier del Perú Jorge Zavaleta Alegre, Corresponsal de Cambio16 E n 1908 un peruano inventó el primer automó...

PROSPECTIVA Y PLANEACIÓN EN AMERICA LATINA


Ing. Salomón Lerner, Premier del Perú
Jorge Zavaleta  Alegre,
Corresponsal de Cambio16

En 1908 un peruano inventó el primer automóvil de América Latina, incluyendo el aporte de solo cuatro piezas importadas. La comunidad limeña celebró el acontecimiento. Pero cuando el ingenioso ingeniero Alberto Grieve invitó al presidente Augusto B. Leguía a recorrer la ciudad y le propuso la adquisición de cuatro unidades para mejorar el servicio postal, el ilustre gobernante, antes de bajarse del vehículo de manufactura local, le respondió su tajante preferencia por unidades de marca europea.

En la década de 1990, cuando el terrorismo senderista había convertido la "universidad en llamas" , el rector de la UNI, Arq. Javier Sota Nadal, visitó al ministro de Economía para solicitar la renovación de laboratorios. La recomendación del cajero fiscal fue convertir esos laboratorios en un museo, antes que abrir una remota posibilidad de renovar la indispensable infraestructura para el principal centro tecnológico y científico del país.

Los desencuentros entre innovación y temor al futuro se multiplican ante el descalabro económico de las políticas públicas marcadas por el libre mercado. La planificación o planeamiento retorna a la región como premisa para hacer posible la gobernabilidad de los estados.

El reciente seminario internacional sobre Experiencias de Planeación en América Latina y el Caribe ha revelado, según exposiciones de más de 20 especialistas, que no se puede gobernar sin planificación, instrumento que para el dogma neoliberal constituye una herramienta que estimula el retorno al "estatismo", grave ironía, en tiempos de crisis financiera mundial, en que los banqueros de EE UU y Europa voltean los ojos al Tesoro Público ante el colapso de sus negocios .

El Centro Peruano de Planeamiento Estratégico –Ceplan– anuncia revitalizar la planeación para poder crecer sin desigualdades ni inequidades. "Creemos que hay una necesidad de cambiar los parámetros de la planeación si buscamos que los peruanos sean partícipes del crecimiento con inclusión social", sostiene el premier Salomón Lerner.

Desde la Cumbre Iberoamericana de Paraguay, el presidente Ollanta Humala proclamó que América Latina "es un mercado amplio y emergente que demanda la planeación para darle mayor procesamiento a nuestros recursos naturales y así garantizar la sostenibilidad de la región y un reencuentro con el mundo rural y los millones de pobladores postergados".

Estas opiniones coinciden con los miembros de la Red de América Latina y El Caribe de Planificación para el Desarrollo (Redeplan). Su presidente Juan Temístocles Montes, ministro de Economía de República Dominicana, considera que gracias a la fortaleza de este ministerio su país está superando la crisis dejada por el liberalismo, y es una lección constante para su vecino Haití, agobiado por viejas dictaduras, desastres naturales e improvisadas gestiones.

EL FUTURO  TAMBIEN HAY QUE IMAGINARLO
Desde México, Alonso Concheiro, concluyó que al futuro no solo hay que planificarlo, hay que imaginarlo: "Ser prospectivo es ser precavido y reduce las probabilidades de que el futuro nos sorprenda. El análisis de la prospectiva será útil si se puede vincular con la toma de decisiones en el presente".

Fdo.Villarán,A.Concherio y G.Alarco
Ha sido director de la revista Este País y responsable de la unidad operativa del proyecto "Visión México 2025", iniciativa con apoyo presidencial que servirá de base para la planeación de largo plazo del gobierno federal. Es uno de los estudiosos del futuro más competentes del país y uno de los más prestigiosos en el orden internacional.

Ha sido consultor de numerosos proyectos de investigación de futuros, entre los que se cuenta "Jalisco a futuro", realizado por el ceed y publicado por la Universidad de Guadalajara. Entre sus muchos trabajos podemos citar: "Estudios del siglo xxi" (en colaboración con Gerald O. Barney); "Una prospectiva del sector alimentario mexicano y sus implicaciones para la ciencia y la tecnología"; "Alternativas energéticas" (en colaboración con Luis Rodríguez Viqueira); "Información y telecomunicaciones" (en colaboración con Federico Kuhlmann) y, el más reciente, "México 2030" (coordinado junto con Julio Millán)

Concheiro, estuvo en Lima el 3 de noviembre para participar en el Seminario Internacinal  "Experiencias de Planeación en América Latina y El Caribe. Abordó el tema de Prospectiva y planeamiento e integró un panel con Fernando  Villarán, ex ministro de Trabajo en Perú (2001 y 2003),  uno los principales promotores del Centro Nacional de Planeamiento Estratégico y German Alarco Tosini, Presidente de CEPLAN y vicepresidente  de REDEPLAN, institución organizadora del reciente encuentro latinoamericano.
La Planificación ha retornado a América Latina.  A continuación la conferencia del Dr. Concheiro, versión  enviada especialmente para Cambio16 y que confirma  que la Planificación ha retornado a la Amírica Latina.
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La vida es una sucesión de elecciones, de nosotros y de otros; es, como dijera José Ortega y Gasset, decidir lo que vamos a ser; es futurición, lo que aún no es. Nuestro presente no es sino producto de nuestras elecciones pasadas; y el futuro será resultado de las que hoy hagamos. A fin de cuentas, somos lo que somos por haber elegido lo que elegimos; y de ahora en adelante siempre podremos elegir algo diferente buscando ser una de las múltiples posibilidades que se abren frente a nosotros.

La vida es, regresando a Ortega y Gasset, “una serie de colisiones con el futuro; no es una suma de lo que hemos sido, sino de lo que anhelamos ser”. Los futuros son así un horizonte de libertad; si bien en parte dependen del pasado y el presente, son, sobre todo, el territorio de lo posible, de los deseos y la voluntad. En las imágenes del futuro no hay verdades; sólo opciones. Todas nuestras decisiones son, en esencia, elecciones sobre futuros alternativos en competencia, que imaginamos en función de nuestras ideas acerca del mundo, de nuestras creencias sobre las relaciones entre causa y efecto, y de nuestros deseos y expectativas, de lo que juzgamos mejor o peor.

Si la vida es futurición, resulta natural que el interés del hombre por el futuro sea tan antiguo como el hombre mismo. Sin embargo, el estudio sistemático y riguroso de las imágenes de futuro, la prospectiva, es una disciplina del conocimiento relativamente joven. Nació como tal apenas a mediados del siglo pasado. En la medida en que el hombre cobró conciencia de su creciente capacidad para moldear y tallar su futuro creció su necesidad de reflexionar sobre éste. Cuando el futuro dejó de ser repetición del pasado en un recorrido cíclico o destino predeterminado por un Ser superior y pasó a ser elección y posibilidad del hombre, nuestras imágenes del futuro se convirtieron en tema obligado de estudio. Parece tratarse de una disciplina curiosa, pues su objeto de estudio, el futuro, está siempre por existir, ausente, y, cuando finalmente llega, es porque ha dejado de ser futuro y, por tanto, deja de ser de su interés. Pero ello no es más que una paradoja aparente, pues en realidad no es el futuro lo que se estudia, sino nuestras imágenes del futuro. Su preocupación son las ideas que nos formamos sobre lo que podría venir, cómo las generamos, con base en qué las elegimos, cómo y para qué las usamos, cómo las hacemos competir.

Nos resulta útil reflexionar sobre el futuro porque siempre algo está cambiando, algo puede cambiar o algo debe cambiar. Son los cambios, algunos suaves e imperceptible, otros abruptos y sorpresivos, los que nos hacen reconocer el tiempo y las diferencias entre el antes, el ahora y el después. El hombre es siempre actor y sujeto del cambio. El pasado no puede cambiarse, pero el futuro, al menos parcialmente, parece estar todavía en nuestro poder. Tomando prestado de Shakespeare (o de Schopenhauer, a quien también se le atribuye la idea), el pasado y el presente son los que barajan las cartas, pero somos nosotros quienes las jugamos buscando un futuro mejor.

Gran parte de los problemas más importantes y apremiantes de las sociedades de hoy, como el suministro energético, la sustentabilidad ambiental, el cambio climático, la reducción de la pobreza, etc., sólo podrán resolverse en el largo plazo, dentro de una o más generaciones. Representan así retos de políticas de largo plazo. Por otra parte, en nuestro mundo actual todo parece acontecer con gran velocidad. La evolución de las cosas parece haberse acelerado. Cada vez tenemos menos tiempo; el tiempo se está comprimiendo . Nuestras certidumbres son volátiles; lo que hoy aceptamos como cierto, mañana es puesto en duda. Los nuevos productos tecnológicos maduran y penetran los mercados en mucho menos tiempo que en el pasado. La solidez de las economías desaparece abruptamente ante crisis financieras imprevistas. Parecemos estar inmersos en una sucesión de revoluciones de todo tipo que no nos dan respiro. Antes de resolver una crisis, tenemos ya otra encima.

Ello nos da poco espacio para reflexionar. Solemos actuar con rapidez y con cierta seguridad de que lo hacemos en el sentido correcto, pero rara vez nos damos oportunidad de reflexionar sobre las posibles consecuencias de nuestros actos. Pensamos el mundo actual con modelos aproximados de la realidad de ayer, sin reconocer nuevos componentes y nuevas interrelaciones entre ellos. Con todo y que como colectivo hemos acelerado los procesos para la generación de conocimientos y que duplicamos lo que sabemos cada cinco años, seguimos a la zaga de la velocidad de cambio de la realidad. Por premura, actuamos la mayor de las veces con información incompleta y atrasada. Rara vez nos damos tiempo para debatir con información y conocimientos validados. Con frecuencia tomamos decisiones equivocadas que luego debemos corregir, con costos adicionales. Eventualmente siempre nos topamos con las consecuencias de nuestros errores y falta de previsión. Cuanto mayor sea la velocidad de nosotros y de nuestros actos, más corto será el tiempo que tardaremos para enfrentar dichas consecuencias. Quizá, así, nuestras crisis son en realidad crisis de velocidad.

Frente a la aceleración de los cambios, la única respuesta sensata es intentar preverlos y anticiparlos, no como pronóstico exacto, sino como posibilidades, como alternativas. En realidad, no son la prisa y la compresión del tiempo, la presión por actuar con rapidez, lo que nos impide actuar mejor. Es más bien no contar con imágenes de los futuros de largo plazo, posibles y deseables, de proyectos de país ambiciosos y de largo alcance, lo que nos hace navegar a la deriva en el presente. El futuro parece estar cada vez más fusionado con el presente. Se busca la retribución inmediata. Se piensa que no vale la pena trabajar para el largo plazo cuando difícilmente se sabe lo que pasará en el corto o mediano plazos. Parece estar profundizándose una cultura de la inmediatez. Por ello el futuro siempre nos sorprende. Nuestra miopía temporal nos hace tropezar una y otra vez con un porvenir poco deseable.

Los encargados de elaborar políticas públicas, los planificadores tradicionales, enfrentan a menudo, y de manera creciente, la necesidad de tomar decisiones estratégicas con resultados futuros cada vez más inciertos . Ello es así, al menos en parte, por la velocidad de los cambios y la creciente complejidad de los sistemas sociales. Hoy todo parece estar interconectado entre sí. Los sistemas sociales tienen más componentes y éstos están más vinculados entre sí. Actuar sobre algo, significa las más de las veces actuar sobre el todo. La interconexión creciente entre componentes cada vez más numerosos, la complejidad, resulta con frecuencia en efectos secundarios no anticipados. La aparente solución de un problema agrava o crea otros.

A pesar de la incertidumbre que todo ello genera, y a pesar del gran número de factores que están fuera de nuestro control, tomar decisiones sobre el futuro, imaginarlo y planificarlo, tiene sentido sólo si se piensa que se pueden lograr ciertos resultados específicos. Ningún decisor aceptaría estar dando palos de ciego al actuar. Ninguno propondría un camino de acción a sabiendas de que con él difícilmente se conseguirá lo deseado, o sin creer que sabe como conseguirlo. Tomar decisiones, planificar, en condiciones de alta incertidumbre es una actividad riesgosa. En un ambiente de alta incertidumbre la planificación tradicional falla; no sólo porque cambia el entorno, sino porque dicho cambio modifica incluso los objetivos hacia los que orientamos los planes. La sociedad del riesgo, la nuestra, necesita otros instrumentos de anticipación (la prospectiva) para guiar la acción; sin ellos, el futuro deseado puede convertirse en una utopía permanentemente inalcanzable. Responder al corto y mediano plazos sin tomar en cuenta el futuro de largo plazo no sólo es inconveniente sino peligroso. Cuando la ausencia de la imaginación del futuro de largo plazo es sustituida por la preocupación del instante, cuando lo fundamental es sustituido por lo urgente, el futuro se vuelve cada vez más azar y menos un propósito alcanzable. Las sociedades que no se preparan para el futuro, que no ejercen el poder de su imaginación y se contentan con administrar su presente, están condenadas a vivir más de lo mismo.

El hombre, aún el más primitivo, ha aprendido que dejando las cosas al azar, rara vez el futuro es el deseado. La mejor manera de incrementar la probabilidad de lograr sus objetivos es actuar con sentido proactivo; esto es, planificar. La planeación tiene que ver directamente con la solución de problemas. Se elabora un plan cuando la situación actual difiere de la deseada (objetivos) y, en algunos casos, los menos frecuentes, cuando se desea que las cosas no cambien (el estado actual es el deseado). El plan incluye un conjunto de acciones que suponemos nos conducirán al puerto deseado. Dicho conjunto de acciones es una solución al desencuentro entre el presente o el futuro que prevemos como probable y el deseado (o una solución para el no cambio si estas dos visiones coinciden); el plan es el antiazar. El plan presupone un objetivo futuro. Dado éste, diseña las acciones para conseguirlo, instrumenta los mecanismos para implantarlas y les asigna los recursos necesarios para realizarlas.

La prospectiva es una actitud de exploración del futuro, en general el colectivo y de largo plazo. Es un ejercicio de conjetura sobre lo que podría ser (Bertrand de Jouvenel), en términos de alternativas, una investigación de posibles lógicas del futuro (comparable a la de la historia como lógica del pasado). Se trata de anticipar no cómo será el futuro, sino cómo podría ser en función de lo que ocurra o no, de lo que hagamos o dejemos de hacer. Postula que el futuro no es una realidad preexistente con la que eventualmente nos habremos de topar, sino algo que está por construirse. Es una manera de enfocarse y concentrarse sobre el porvenir, de cobrar conciencia de un futuro que es a la vez determinista y libre, sufrido pasivamente y deseado activamente. Es un intento por explorar lo que aún no es, y por inventar lo que sería preferible. Es imaginar hoy lo que podríamos vivir en un mañana relativamente lejano. La prospectiva es una especie de instrumento de navegación que pretende ayudar a anticipar posibles tormentas y arrecifes o vientos favorables, y a fijar el rumbo. Ser prospectivo es ser precavido; es analizar medidas para evitar daños futuros y aprovechar oportunidades en el porvenir. Anticipar las posibilidades del porvenir alarga el tiempo entre el presente y el futuro y mejora las oportunidades para actuar.

La prospectiva típicamente responde a preguntas del tipo ¿qué pasaría si…(algo ocurre)?, ¿Qué podría pasar si…(actuamos de cierta manera)?, ¿qué tendría que ocurrir para…(alcanzar un futuro dado)? Puede tener diferentes propósitos: ayudar a comprender la incertidumbre y la complejidad; construir futuros alternativos y pensar fuera de los cánones establecidos; imaginar razonadamente las consecuencias de largo plazo de eventos, tendencias, políticas, planes, etc.; clarificar objetivos y explorar la posible evolución de asuntos de largo plazo; conjeturar sobre nuevos paradigmas y arreglos sociales, organizacionales, institucionales, etc.; informar la formulación de planes y políticas públicas; abrir conductos de participación ciudadana en la toma de decisiones.

La planeación y la prospectiva son primas hermanas. Ambas son, parafraseando a Víctor Hugo, un intento de que en alguna hora futura los hechos y nuestros sueños se encuentren; o como diría Miguel de Unamuno, un ejercicio para tratar de ser padres de nuestro porvenir más que hijos de nuestro pasado. Ambas son inherentes a los seres humanos y, por ende, tan antiguas como éste. Pero en ambos casos su desarrollo formal es relativamente reciente (inicios del Siglo 20 o incluso antes para la planeación: planeación urbana, planeación territorial; mediados del Siglo 20 para la prospectiva), y su desarrollo teórico pleno se dio en particular en ambos casos después de la Segunda Guerra Mundial. El proceso de formalización de ambas responde también al creciente tamaño y complejidad de los sistemas sociales y las tareas de las organizaciones, y a la velocidad de los cambios. Las dos tienen que ver de manera central con el futuro; son “futurición (Ortega y Gasset). Ambas se preocupan por el futuro con la intención de informar mejor al presente.

Sin embargo, planeación y prospectiva difieren también en su propósito, en el plazo que las ocupa, en sus herramientas (aunque compartan algunas). La prospectiva pretende aclarar los objetivos que pueden y deben perseguirse, explorar caminos alternativos, especular y conjeturar sobre posibles cambios, evaluar las posibles consecuencias de nuestras acciones (o de no actuar); en otras palabras, abrir opciones posibles, probables o deseables para el futuro y reducir la probabilidad de que este nos sorprenda. La planeación pretende ordenar las actividades para alcanzar un fin, un objetivo dado; esto es, cerrar las opciones de futuro para que sólo el preferido se convierta en realidad. La acción, más que la especulación y la conjetura, es el ámbito de la planeación. A la prospectiva le interesa en particular el largo plazo; aquel que permite imaginar futuros radicalmente diferentes del presente, que le da espacio a la dinámica social para que se transforme en algo nuevo. A la planeación le interesan en general plazos más cortos; un tiempo acotado, cercano al presente, que permita operar en un espacio relativamente estable en el entorno. La elaboración de políticas públicas (la planeación en el sector público) es así a menudo de corto plazo (contempla con frecuencia como máximo la duración del lapso de un gobierno, típicamente entre 4 y 6 años), es elaborada por estancos y compartimentos (cada ministerio realiza su propia planeación y en ella la materia del resto es una “externalidad”) y dominada por visiones a priori (temas, asuntos, objetivos urgentes o por los que aboga el gobierno de que se trate o que se derivan de su ideología). Mientras que para el corto plazo (planeación) suelen utilizarse técnicas predictivas (pronósticos, modelos dinámicos, modelos econométricos, etc.), para el largo plazo típicamente se construyen escenarios exploratorios (futuros alternativos) o normativos (futuro deseado o preferido). Metafóricamente hablando, la prospectiva es a la planeación, lo que los ideólogos son a los políticos. La primera imagina lo que la segunda pretende convertir en realidad. No son instrumentos en competencia, sino actividades complementarias. La planeación de la acción sin visión, termina siendo improvisación; la visión que no es acompañada por la acción planificada no es sino un sueño. Planeación y prospectiva son ambas necesarias y deberían operar como un equipo.

Con la llegada del llamado neo-liberalismo, se ha implantado una concepción que ha reducido el papel del Estado. El papel rector de los gobiernos se ha transferido en buena parte al libre juego de las fuerzas del mercado, a una supuesta mano invisible resultante de la libre competencia económica. La toma de decisiones, de corto plazo porque ese es el tiempo de los mercados, se diluye entre poderes de facto que persiguen sus propios intereses. Los nuevos accionistas cabildean con los planificadores públicos (diseñadores de políticas) para que los planes reflejen sus propias prioridades y les den ganancias de corto plazo. Así, con la retirada y supuesto adelgazamiento del Estado (supuesto porque en muchos casos no significó una reducción importante de la burocracia), la planeación y la prospectiva gubernamentales vivieron un lapso de relativa retirada.

A pesar de ello, en lustros recientes el interés en los enfoques y herramientas para el análisis de largo plazo (talleres de futuros, ejercicios Delfos, construcción de escenarios), ha crecido de manera importante. El número de empresas y gobiernos que los realizan o los patrocinan ha crecido significativamente, y las áreas de aplicación se han multiplicado. Ello no ha ocurrido geográficamente de manera uniforme, y es mucho más frecuente e intenso en los países desarrollados. Sin embargo, en América Latina también se percibe una mayor actividad en ellos, a pesar de su relativamente tardía llegada al campo de la prospectiva (apenas a fines de la década de los 1960). Existen ya ejemplos interesantes de estudios prospectivos en Colombia, Brasil, Argentina, Perú, México, Venezuela, Ecuador, etc., aunque todavía es mucho lo que resta por hacer. Si bien los planificadores públicos reconocen de manera creciente la importancia de pensar en el futuro de largo plazo, existe a la vez una tendencia hacia la planificación basada en evidencias; esto es, hacia búsqueda de certidumbre (“la” verdad) sobre el futuro buscado. Esta tendencia, que dificulta la aceptación de la prospectiva, resulta paradójica, pues sobre el futuro no hay verdades, sino sólo especulaciones. Es a la política, no a la ciencia, a la que le corresponden los juicios de valor para determinar si un objetivo es válido o si los resultados de un plan son o no exitosos.

Muchos de los ejercicios de prospectiva tienen como propósito explícito influir sobre las políticas públicas, pero la evidencia sobre su efectividad es más bien anecdótica. Si bien a nivel internacional se han realizado diversas evaluaciones sobre los diferentes enfoques, métodos y herramientas de la prospectiva, el análisis de su uso, impactos y efectividad en la elaboración de políticas y planes gubernamentales es escaso. También lo es el análisis sobre el papel y relevancia del entorno político y sobre la incorporación institucional del pensamiento de futuros en la práctica gubernamental. En algunos países (México) no son infrecuentes las subsecretarías de Estado que llevan en el nombre el término “prospectiva” o que cuentan con unidades que los hacen; desafortunadamente el reconocimiento que ello implica sobre la necesidad de mirar al futuro de largo plazo está presente sólo en el nombre pero no en las actividades desarrolladas. Ello podría deberse a muchos factores; entre ellos, porque pensar en el futuro de largo plazo: incomoda, saca de la zona de confort a los decisores, en tanto que supone reconocer incertidumbre, inseguridad, ambigüedad, ignorancia (como diría Mario Benedetti (Futuro imperfecto), el futuro es ese niño desnudo y ufano impredecible, que lo mismo nos regala una rosa que nos orina inocente la calva); cuestiona los fines y objetivos, y los valores con los que éstos fueron seleccionados, requiriendo juicios explícitos sobre lo preferible; su aplicación implica poner en blanco y negro, de manera explícita, expectativas y, por ende, propiciar evaluaciones sobre la efectividad de las acciones gubernamentales; la formulación clara de futuros alternativos puede implicar opciones no necesariamente incrementales y que pongan en jaque las coaliciones entre actores políticos, o bien sugerir se descarten visones meramente voluntaristas (irreales, irrealizables); generalmente las imágenes de largo plazo van contra los esquemas de presupuestación anual y la frecuencia de las elecciones; su aceptación implica en general cambios en la estructura del poder, transfiriendo parte de éste a quienes los realizan.

Para entender cómo podría evolucionar el futuro no basta con elaborar proyecciones de tendencias pasadas (aunque analizar dichas tendencias sin duda es un auxiliar importante y forma parte de las herramientas a utilizar en un ejercicio de futuros) porque éstas no necesariamente continuarán en el futuro. De hecho, cualquier herramienta que utilice sólo de reglas fijas derivadas de información sobre el pasado (incluyendo a los modelos dinámicos de simulación, cuyos parámetros se “ajustan” para que sean capaces de reproducir lo ocurrido en el pasado) presupone que dichas reglas seguirán vigentes en el futuro, limitando con ello las posibles alternativas de evolución. Cuanto más complejo un sistema (mayor número de componentes, mayor número de interrelaciones, mayor número de actores clave, etc.) y más turbulento el entorno en que evolucionará (mayor velocidad de cambio con dirección no conocida), mayor el reto de generar imágenes robustas del futuro. En los sistemas complejos, sujetos típicos de la planeación pública, suele haber un gran número de factores que influyen sobre lo planeado, algunos sobre los que el planificador tiene control (influencia o capacidad de regulación, parcial o total) y muchos más que están totalmente fuera de su control. La complejidad es independiente de cuánto conocemos sobre el asunto por planificar. La incertidumbre está relacionada con nuestro bagaje de conocimientos (incluyendo lo que no sabemos y lo que no sabemos que no sabemos). Cuanto más lejos miremos hacia el futuro, mayor la incertidumbre (mayor el número de cambios, transformaciones, eventos inesperados, etc.). Si bien todas las decisiones se refieren al futuro, todo nuestro conocimiento no puede sino referirse al pasado (Ian Wilson). Pero la incertidumbre no es sólo producto de la ignorancia en el sentido científico, sino también de que las sociedades humanas son teleológicas; sus futuros dependen del propósito, la voluntad y la acción, de los hombres (incluidos los planes y políticas públicas que pueden implantarse en el futuro).

Imaginar futuros de largo plazo posibles o plausibles como instrumento potencial para mejorar la elaboración de políticas públicas y la toma de decisiones presentes requiere más que un análisis riguroso. El ejercicio de la prospectiva será útil en la medida en que incluya asuntos relevantes para la elaboración de políticas, evalúe los posibles resultados de diferentes elecciones de acción, y pueda vincularse con la toma de decisiones del presente. El mejor de los ejercicios de visión de largo plazo será inútil si las estructuras que toman decisiones, los gobiernos en el caso de las políticas públicas, no tienen capacidad para absorber sus resultados, apropiarse de ellos, utilizarlos, convertirlos en planes de acción, movilizar a las fuerzas políticas alrededor de ellos.

En general los gobiernos hablan del largo plazo pero actúan con visión de corto plazo. Los planificadores públicos (elaboradores de políticas) tienen incentivos poderosos para pensar en el corto plazo. La aversión a la incertidumbre es natural y crece con el horizonte de tiempo de la planeación. La incertidumbre es mayor cuando se cuenta con menos datos duros sobre lo planificado. Los ciclos políticos a menudo implican cambios en las agendas públicas y en las prioridades y objetivos (por ende cambios de dirección en los planes). Los ciclos presupuestarios limitan los recursos disponibles para realizar los planes a períodos todavía más cortos (y suelen ser negociados entre más actores con una mayor diversidad de objetivos; por ejemplo poderes ejecutivos y legislativos). Complejidad e incertidumbre (riesgo) suelen además crear resistencia institucional al cambio y a posponer acciones. Se implanta una tendencia a obtener más datos, más información (idealmente más conocimientos) para reducir la incertidumbre antes de actuar. Ello se exacerba en la medida en que se establecen mayor vigilancia y controles más detallados (y con ello se hacen más complejas las reglas de aplicación de recursos) sobre los decisores públicos.

Pensar en el futuro tiene un valor pragmático. La mayor parte de las veces solo tomamos en cuenta la historia y los agobios del presente. A nadie se le ocurriría manejar un auto hacia delante empleando sólo el espejo retrovisor. No imaginar el futuro es el equivalente. Tomar decisiones sólo a partir de lo acontecido en la historia y de un diagnóstico de actualidad, sin elaborar posibles futuros, es manejar empleando sólo el espejo retrovisor. Hacerlo pensando sólo en el futuro de corto plazo es manejar en la oscuridad con las luces largas apagadas. Anticipar el curso de las cosas, más allá de una curiosidad natural sobre lo que podría venir después, tiene así un valor práctico.

Reflexionar sobre el futuro, además de ser útil, es una necesidad moral y ética. Lo es porque, no hacerlo, es ignorar que podemos estar cancelando las oportunidades de nuestros hijos y sus descendientes. Si lo que se prepara, elige o crea en el presente construye el porvenir, tenemos una responsabilidad moral y ética frente a las generaciones futuras. No debemos seguir convirtiendo al futuro en un basurero del presente, hipotecando socialmente el tiempo que está por llegar (Daniel Innerarity, El futuro y sus enemigos). Debemos, en otras palabras, las de Séneca, “disfrutar de los placeres presentes sin herir los futuros”.

Según Kant, hay que pensar en el futuro, primero porque se debe (en el sentido de una ética del futuro) y segundo porque se puede. Y en efecto se puede. A pesar de su corta vida, la prospectiva ha ido construyendo un amplio y diverso abanico instrumental que facilita explorar imágenes del futuro de manera sistemática. Buena parte de sus métodos y herramientas no son sino adaptaciones de las disponibles en otros campos del conocimiento. La estadística, la teoría de decisiones, la ciencia de sistemas, la teoría de juegos, la psicología social, y más recientemente la teoría de la complejidad y del caos, han hecho todas aportaciones a la construcción de instrumentos para explorar imágenes de futuros. Los hay que ponen énfasis en la cantidad y otros que se centran en la calidad; los que parten de datos empíricos y los que acuden a la opinión de expertos; los que van del futuro hacia el presente y los que proyectan el futuro a partir del pasado y el momento actual; los que se preguntan por tendencias y los que exploran hechos portadores de futuro o semillas de futuro; los exploratorios y los normativos. Samuel Butler, utopista inglés del Siglo 19, decía que “la vida es el arte de sacar conclusiones suficientes a partir de datos insuficientes”. Ello parece resumir de manera apropiada la contribución que pueden hacer los métodos de la prospectiva, pues sobre el futuro los datos, en el sentido científico positivista, no sólo son insuficientes, sino inexistentes. Y con todo, las herramientas de la prospectiva nos permiten construir imágenes de futuro suficientes para guiar nuestras decisiones y poner en competencia nuestros deseos y expectativas. La suma de todas ellas nos permite conocer, es cierto, apenas muy poco sobre el futuro. Pero ese poco que podemos conocer, nos resulta cada vez más indispensable. Paradójicamente, cuanto más incierto e impredecible resulta el mundo, más dependemos de nuestra capacidad para preverlo.

Hoy nuestra relación con el futuro colectivo no es, dice Daniel Innerarity, de esperanza y proyecto, de prospectiva, sino más bien de precaución e improvisación. Thomas Hobbes escribió que el infierno es la verdad vista demasiado tarde. Pues bien, hoy, verla demasiado tarde es no anticiparla.